Una huella imborrable que marcó la esencia de nuestra afición

Texto: Javier Rubio


Los años pasan y nada ni nadie es capaz de esquivar los efectos de la máquina del tiempo. Este mes de septiembre se cumplen justo 10 años de la última feria de novilladas celebrada en la antigua plaza de toros de Arnedo. Todos los que allí estuvieron presentes recordarán aquella última tarde con sentimientos enfrentados, pero entremezclados a su vez. Sentimientos de orgullo, emoción y tristeza, que más de una lágrima derramaron por aquellos apretados asientos de piedra al son del pasodoble Zapato de Oro, interpretado por la banda municipal de música.

Aquel antiguo coso permaneció en pie nada más y nada menos que 106 años. Un siglo de historia. Una de las plazas de toros con mayor solera y sabor taurino del mundo. Un lugar emblemático de la ciudad del calzado quedó reducido a escombros para dejar paso a un majestuoso pabellón multiusos que fue bautizado con el nombre de Arnedo Arena.

Vieja Plaza de Toros, año 2005

A un año de cumplirse el décimo aniversario de este monumental coso, todavía son muchos los arnedanos y forasteros que todavía hoy recuerdan con nostalgia y siguen echando de menos el aura que se generaba en la coqueta plaza de toros de Arnedo, aquella que marcó la esencia de nuestra afición. Porque las novilladas no comenzaban a las 5 menos cuarto de la tarde, sino que Arnedo respiraba tauromaquia horas antes, desde la subida a los toros. Muchas de las cosas que creaban aquel ambiente, fueras más o menos aficionado, y que incitaban a acudir a la plaza, han sido cortadas de raíz desde que tenemos el moderno Arnedo Arena.

En realidad, son pocos los metros que separan la antigua ubicación de la actual, pero hoy todo parece estar mucho más alejado del pueblo y de sus gentes. Quizá, porque antes el alguacilillo a lomos de su caballo nos guiaba hasta la mismísima plaza, y porque el vallado del encierro nos introducía en ambiente taurómaco desde el café-concierto que organizan las peñas. Con bastante tiempo de antelación, y con la digestión aún sin terminar, los niños esperaban ansiosos en los aledaños del redondel para entrar los primeros a la plaza y coger un buen sitio a la sombra del tendido de la Peña Lubumbas. Los que no tenían entrada, aguardaban en el vallado de la puerta grande para ver llegar a los novilleros, para mirarlos con admiración, para tocar disimuladamente el traje de luces o simplemente para pedirle una fotografía al chófer de la furgoneta. Esquivar a los picadores que calentaban sus caballos calle arriba calle abajo mientras esperaban su turno, o subirse a los maderos que cerraban el encierro para ver a través de una rendija un tercio de ruedo (y con suerte algo de la faena), era toda una hazaña. Qué nervios cuando los cascabeles de las mulillas comenzaban a sonar. Ver el arrastre del toro, poder tocarlo y observar su grandeza era casi un acto más de las fiestas para los niños y niñas que no conseguían entrar a la plaza. La feria era para después.

¿Y si había una puerta grande? Qué gusto daba ver el ruedo lleno de niños corriendo e imitando la faena que acaba de encumbrar al joven novillero. Y a la salida de la plaza, jolgorio y alabanzas dando valor a lo realizado en el pequeño ruedo. Demasiadas diferencias con los tiempos de ahora. Qué tiempos aquellos.

David Mora 28-9-2005

Los tendidos de la desaparecida plaza de toros seguro que guardan miles de historias y secretos. Cierto es que bajo la inmensidad del Arnedo Arena todo parece más majestuoso. Mucho más cómodos estamos, eso sí, todo hay que decirlo. Lo de tener que pedir permiso al de adelante para poder mover la pierna ya es historia. Nuevos tiempos. Pero ya no hay sabor torero, todo parece lejano y artificial, como si un abismo existiera entre el tendido y el ruedo. La frialdad se ha convertido en la idiosincrasia de nuestra feria taurina. Es muy difícil que los jóvenes se impregnen hoy en día de torería y tauromaquia en el Arnedo Arena. Ya no te sumerges como antaño en la emoción que genera un bravo animal en el ruedo. Imposible reconocer el rostro del asustado novillero, o las arrugas de la sufrida vida de los banderilleros. Actualmente todo está demasiado alejado, todos estos ingredientes de afición han quedado ocultos bajo un techo de madera, cientos de bloques de hormigón y filas de asientos entre el personal.

Pero no hay que desmerecer a la razón, y hay que reconocer que con el nuevo coso la asistencia ha aumentado. Un centenar más de personas acude actualmente a las novilladas, aunque el aspecto que reflejan los tendidos, con un grupo por aquí y otro por allá, reflejen todo lo contrario. No estaría mal que por parte de asociaciones, peñas y ayuntamiento se buscara la fórmula de poder agrupar a todos los asistentes y mostrar el estado real de la plaza, que no parezca que la Feria Zapato de Oro se encuentra en horas bajas. Y a su vez, poder crear un clima mucho más cálido para público y toreros.

La antigua plaza de toros era una pequeña olla donde se cocinaba a fuego lento la afición de todo aquel que conseguía un hueco en el tendido. Todo se engrandecía como grande es la fiesta de los toros, como grande se ha hecho el Zapato de Oro. El viejo coso era un manantial de emociones. Pero de emociones de las de verdad. La coqueta plaza de toros creaba afición.

Se dice que nada muere si no cae en el olvido, por eso la vieja plaza de toros de Arnedo siempre vivirá. Y no solo por los arnedanos que aún la recuerdan con pasión, sino gracias también a todos aquellos aficionados que tuvieron la oportunidad de sentirla. Feria taurina de Arnedo, alma de la torería.