El (des)toreo por alto

Texto: Javier Cámara Esteban (Noticias de La Rioja)


Alcanzar aquello en cuya definición caben palabras totalmente antagónicas se presenta poco menos que imposible. Algo así sucede con el toreo. Entiendo el toreo como el arte que consigue dominar y someter la brusquedad de la irracionalidad de un animal fiero a base de suavidad y delicadeza, dotando aquello de naturalidad. Por ende, cuando se consigue hacer el toreo se obra un milagro. 

Los nuevos tiempos han traído toreros que conjugan una figura retorcida, forzada y tensionada con bastos toques de muleta para provocar la embestida del toro. Eso, en el mejor de los casos, porque en el peor, la figura se yergue para, con la misma tosquedad, ‘destorear’ por alto. Ortega y Gasset, que era poco amigo de la fiesta de los toros, en su libro ‘La caza y los toros’, define con este preciso axioma la tauromaquia: ‘el torero es la vertical; el toro, la horizontal’. 

El toreo de siempre, tan fundamental como clásico para no pasar nunca de moda, ha de ser de mano baja y curvilíneo. Decía el gran Joaquín Vidal que, al embestir en la muleta, la trayectoria del toro ha de ser similar a la de un signo de interrogación: recto hasta el encuentro con el engaño para, a partir de ahí y gracias al mando del torero, dibujar una curva que le permita sortear a este. Es entonces cuando, si además se arrastran los vuelos de la muleta para humillar y someter la embestida del toro y aparece el don del temple, evitando los desconcertantes enganchones, el toreo se transforma en algo prodigioso. 

Pero el toreo actual, rebosante de manoletinas, bernardinas, estatuarios y pases cambiados, lleva al traste este muy breve pero conciso tratado de tauromaquia. Porque estos lances, tan llamativos en sus formas como carentes de contenido y poder en su fondo, ni someten ni dominan unas embestidas tan tropezadas como descompuestas; tan rectas en su trayectoria como desairadas y desangeladas. 

Al embestir en la muleta, la trayectoria del toro ha de ser similar a la de un signo de interrogación

Desde Paquiro hasta Rafael Ortega, pasando por Pepe Hillo, toda tauromaquia siempre ha anhelado someter al toro por abajo. Paradójicamente, cuando el toro hoy ha adquirido una condición humilladora que nada tiene que ver con la de los astados lidiados en centurias pasadas, las tauromaquias de cada vez más toreros del presente se sustentan en este ‘destoreo’. 

Y no, no pretendo terminar con este tipo de lances que también tienen su momento durante la lidia. Lamento, eso sí, que haya quienes cimenten en el toreo por alto sus faenas o, peor aún, alternen en la misma serie intentos por hacer el toreo con pasajes de este ‘destoreo’. Y es que este escalafón actual cuenta con no pocos nombres incapaces de llegar a los tendidos con el toreo fundamental. Los hay que hasta parecen hastiados cuando intentan hacer el toreo clásico, templado y de mano baja, recurriendo a una especie de toreo encimista, superficial, facilón y con las telas por las nubes.

El toreo de verdad, el que se hace siempre por abajo y despacito, con suavidad y naturalidad, reúne en sí mismo toda la grandeza de la fiesta de los toros. Recurrir a cualquier otra cosa es el ‘destoreo’. Dios quiera que la nueva generación de toreros que pisarán el ’Arnedo Arena’ durante estos días rehúse recurrir a manoletinas, bernardinas, pases cambiados, arrucinas y demás familia de ese toreo de tono menor. Al menos, en el momento de cimentar la faena y demostrar que han entendido a su oponente y han sido capaces de someterlo.