Cómplices de la falta de ilusión

Texto: Luis Ruiz (Agencia EFE, Popular TV Rioja y ‘Aplausos’)


Anda el mundo del toro confuso, y no le faltan razones por los diversos ataques que la tauromaquia sufre desde varios frentes. Esos  que van desde lo social y político hasta como no, el económico.

No hay duda que el antitaurino ha ganado sitio y poco a poco va preocupando a una fiesta que, inserta en su inmovilismo hasta no hace mucho, vivía tranquila en su propia indiferencia. 

Pero cabe una pregunta, ¿dónde están los verdaderos antitaurinos?

La mente nos lleva a centrarnos  en esos fanáticos animalistas que de pascuas a ramos se pringan de pintura roja en vísperas de cualquier feria. Y no, no son sólo ellos los responsables principales del decaimiento  del toro, verdadero protagonista que debiera ser de esta historia. Ni son esos radicales que con demasiada permisividad nos insultan en los aledaños de un coso los culpables últimos de la falta de ilusión en los cada vez menos aficionados.

Ahí estamos otros ¿Somos quienes hablamos o escribimos de toros coherentes  con lo que se nos espera?¿Cumplimos con aquello de contar lo que realmente sucede en el ruedo, o nos dedicamos a resguardar y patrocinar las miserias que acabarán por ahogarnos? Sólo repasando la última feria de Pamplona y recordar los comentarios vertidos  día a día acerca de ella nos tiene que marcar la pauta. Ser unos publicistas más del sistema nos aleja del sentido crítico y por ende nos lleva a ser cómplices del desalojo.

Andar por libre no es fácil, pero eso mismo te permite  satisfacciones como poder decir que aquello de  llevar la verdad por delante, no es sólo mantener el ritual léxico de que el toreo empieza en un paseíllo que es prólogo donde lo humano se mezcla con lo animal, algo que por otra parte suena y está muy bien en cualquier conferencia invernal. No es sólo dar a entender que un toreo se enfrentará consigo mismo para que los demás se estremezcan  y le aplaudan, también muy propio de ese mismo contexto. Tiene que haber más.

El compromiso tiene que llegar además por despejar las numerosas dudas y silencios cómplices que otros se esfuerzan en tapar. Hoy todo está medido, tasado, muy calculado y si además el salvaconducto para informar obedece y se justifica con no querer  entender y citar las  bajezas congénitas del sistema,  resulta que es al antitaurino tipo – a ese que se tatúa con sangre vacua-  que de esto reseñado ni se entera, al que  se le sitúa en el centro de la diana. 

Dirán los más veteranos que esto de lo que escribo no es nuevo, que siempre ha sido así, pero hoy quienes encabezan carteles siguen contando con ese  beneplácito instaurado que les permite estimular  la manipulación  impulsando con ello  el fraude. Por contra tan solo un puñado de aficionados, cada vez menos en número y cada vez más severamente criticados, se sienten solos al defiender la integridad de quien siempre debió  ser el principal protagonista: el toro.

El toro también habla, es más, es quien más tiene que decir.

Dejando a un lado a los políticos –gentes de paso de los que poco cabe esperar- y dirigiendo la mirada a los palcos  ahondamos un poco más en la herida. No apreciar una exigencia mínima en el cumplimiento reglamentario nos lleva a tragar con tardes tan  infumables  como poco recomendables. Nadie parece enterarse pero son ellos quienes deben defender al aficionado. Digo al aficionado, para con  ello diferenciarlo de quien se acerca también de pascuas a ramos a una plaza de toros.

Desviando esa mirada y centrándonos en los depositarios de la materia prima, del origen,  ganaderos ellos,  han logrado que pese a su esfuerzo por mantener viva la estirpe, de su producto cada vez se oiga menos. Por supuesto, claro que hay toro, pero suena poco. También hay toreo, como no, pero está plagado de previsibilidad y preñado de repetición.

Todo lo anterior, queramos verlo o no, está dentro de nuestra amada fiesta, de esa fiesta que me empeño en defender y que nos está acostumbrando,  con la complicidad interesada de los medios que hoy marcan tendencia, a que quien ocupa un escaño en un tendido –da igual la categoría del coso- vaya dejando de escuchar al toro para oír más los gritos del anti que se desgañita fuera de la plaza.

El toro también habla, es más, es quien más tiene que decir. Seguimos demandando su grandeza. Su voz, su idioma… es su personalidad, su sentido y ante todo su integridad. Hoy, dirán los mismos,  que como siempre ha sido,  el sistema lo está amordazando. La  crónica de su andar por el ruedo no será el relato que el toro hubiera querido escribir. Vendrá narrado por la incoherencia del  ya mentado cómplice interesado.

Y mientras…  poco a poco… se nos escapa la esencia.  Seguiremos hablando y escribiendo de toros y volveremos a las manidas frases que tildan de máscara al traje de luces, y seguiremos hablando que la tarde espera al hombre… y más y más…

Cada vez me mueve menos la ilusión”, me decía mi amigo Braulio compartiendo festejo de San Fermín. “No es la edad”, son las figuras sólo efectistas y simplonas  de hoy acompasadas por un toro con muy poco poder. 

Algo de lo que no se debe culpar sólo  a los antitaurinos.